domingo, 18 de diciembre de 2011

La vaca no se acuerda cuando fue ternera

Esta publicación provino de “una ‘china’ hasta la veinticinco de Caminos del Inca”.

Se me acercó la cobradora y me pidió pasaje. Le di solo cincuenta céntimos debido a que la distancia era corta.

- No, joven, el pasaje es un sol.
- Pero son solo unas cuadras, señora.
- No, joven. Después la empresa me reclama por qué he cobrado menos.
- ¡Pero si siempre se paga cincuenta céntimos!
- Ahí está el tarifario. Mírelo. Es un sol el pasaje.
- ¡Esos números los ponen ustedes!
- Yo no puedo hacer nada: así está en el cartel.
- ¿Acaso usted nunca ha pagado cincuenta céntimos?
- Ehhh… Es un sol, joven.

¡No quiso darme la razón sabiendo que el pasaje era cincuenta céntimos! ¡¿Acaso no se acuerda cuando saliendo de su casa, quiere ir al mercado de su barrio y paga esa misma cantidad al cobrador?!

¡Y por qué el chofer reniega porque lo acaba de detener un policía de tránsito! ¿Acaso no recuerda cuando era un pasajero y se quejaba de la forma de manejar de aquel quien conducía?

Y el policía de tránsito ya no se acuerda cuando al manejar como civil cometió una infracción y no deseaba una multa.

El alcalde no recuerda que alguna vez fue explotado como trabajador y ahora hace lo mismo con los agentes de seguridad de su jurisdicción.

El ministro no evoca los días de labor, ¡hasta que el sol se ocultara!, pero aún no mejora las condiciones de los empleados del país.

El presidente no recuerda las promesas hechas durante su campaña y ahora desecha todo lo manifestado. Este se olvidó del pobre, del rico, del viejo, del joven. (No se acuerda que fue todos esos).

El pobre se olvidó de que en algún tiempo atrás lo tuvo todo, pero no supo cómo mantenerlo.

El rico no recuerda cuando fue pobre y ahora desdeña a los que no son de su condición.

El viejo no recuerda sus insalubres hábitos de salud y ahora está postrado miserablemente en la cama del hospital de los desahuciados.

El joven no piensa que un día llegará a viejo y hace poco para no morir en un hospital.

El doctor no recuerda que cuando fue paciente también imploró por una cita para su viejo quien ya estaba a punto de fenecer.

La enfermera ya no se acuerda cuando pidió mejor explicación a su profesor acerca de la aplicación de una inyección, pero ahora no brinda sus conocimientos a la señora que le pide información.

El profesor no recuerda que también copió en un examen cuando fue estudiante.

El estudiante no es consciente del esfuerzo de sus padres para darle educación

El padre no recuerda las desobediencias que tuvo con sus progenitores.

El hijo no soporta los chillidos de su pequeño hermano. (¿Y qué hacía él cuando niño?)

¡Muchos no recuerdan cuando iniciaron lo que ahora son!
¡Pocos son los que se ponen en los zapatos del otro!

Bachiller, licenciado, magíster, doctor… ¿recuerdas lo que fuiste en un tiempo anterior?

Tú no te acuerdas de lo hecho ayer y me juzgas por lo que escribo hoy.

Yo no recuerdo mucho de lo que he escrito, pero aún así digo lo que pienso y pienso lo que digo…

pues soy el más grande pecador.

lunes, 31 de octubre de 2011

Perdido en Surco - Parte 2

Había decidido entonces salir a observar todo lo que ocurre en una tarde surcana. No pensé que este viaje resultaría una expedición asombrosa.

Esperé que venga un bus en la cuadra veinticinco de la avenida Caminos del Inca. Una enorme carcocha verde arribó, la popular 70; la tomé. Había sido preciso que subiera en este vehículo, ya que, debido a su lentitud, me dejaría apreciar todo lo que desease. Llegué al Parque de la Amistad. Lo primero que reflexioné fue que tal vez debió llamarse “Parque del Enamoramiento” o “del Chape Desenfrenado”, puesto que vi a muchas parejas regalándose fluidos salivales y despotricándose sobre los muros frente a niños que sí querían vivir lo que es la amistad. El auto avanzó. El cobrador me pidió pasaje. Le di un nuevo sol. “¿A dónde?”, replicó. “No sé”, respondí con sinceridad. Este tomó mis palabras como una burla. “¿Cómo que no sabes?”, me dijo. “En serio, no sé, solo quiero pasear y ver a través de las ventanas”, contesté. “Mmm, entonces es un sol cincuenta”. Me pareció curiosa esa contestación. Pensé que él había considerado un mayor precio por tratarse, en este caso, de un “tour” y no por un pasaje a un destino determinado. Pero, a decir verdad, no sé por qué me cobró más. Añadí lo que faltaba y me dio el boleto correspondiente.

Continuaba por la avenida Caminos del Inca. Observaba cada uno de los edificios apáticos que albergan a los habitantes de esta zona. Noté también que esta avenida se había llenado de locales comerciales: spa, spa y spa. Sí, también divisé chicharronerías, pollerías y hamburgueserías (lo antagónico a los spa). “¡Hay para todos los gustos!”, me dije. Luego, resultó sugerente volver a ver el inmenso local del Centro Comercial Chacarilla. Llamativo porque fue la primera vez que realicé un paralelo de su ubicación con la gente que lo visitaba. Está situado en la avenida Caminos del Inca, es decir, en recuerdo de los trechos por donde caminaban nuestros antepasados, ellos quienes destacaron por su excelsitud y nobleza; pero ahora los que son de aquella etnia están limpiando o cuidando los autos de quienes iban a comprar allí (y estos últimos exactamente no se sienten orgullosos de sus ancestros). El bus siguió su curso.

Había pasado bastante tiempo y el sol era pertinente para hacerme recordar el lugar por donde me encontraba. La avenida Primavera me daba ánimo de seguir con mi indagación. Asimismo, la reconstrucción de la misma me llevó a pensar que mi distrito volvería a ser el mejor de todos como antes lo fue. De lejos divisé el INEN. Nunca lo había observado de cerca. Otro pasajero pidió que el bus se detenga en el conocido paradero: “Baja, NEOPLÁSTICAS”, vociferó. Me limité a sonreír. Crucé la pista. Allí, a través de las rejas, veía a muchos enfermos, la mayoría en silla de ruedas, vistiendo batas y chullos. A un lado, una familia preocupada porque probablemente no tenía cómo pagar las costosas medicinas, por otro, una madre pobre deseando haber tenido más contactos con galenos para tener una atención más privilegiada; al fondo, un hijo pudiente maldiciendo el día que se hizo un tatuaje por el cual ahora no puede donar sangre para ayudar a su madre; a unos metros una niña en camilla que no sabe por qué será trasladada a un lugar con adjetivos “intensivos”; el “brother” lamentando la droga consumida en los últimos días, pues ya no podrá donar plaquetas a la hermana que se muere. Seguí caminando mientras reflexionaba las frustraciones que posiblemente podrían tocarme.

Vislumbré que el sol empezaba a ocultarse y decidí subir a una combi, la cual, en mi alucinación, se convirtió en un MIG-29. Me hallaba, pues, en la avenida De la Aviación y mi vehículo osaba romper la barrera del sonido. Fui rápidamente y mi retina grababa todo lo que podía: hueco, bache, crucero mal pintado, vereda rota, pista sin terminar de asfaltar, letreros borrosos, etcétera.

Al arribar al óvalo Los Cabitos (óvalo Higuereta) divisé un gran elefante blanco. Sí, había costado miles de sueldos peruanos, más una disminución de pobreza nacional, además de varios kilos de víveres y cuantiosas viviendas para hermanos damnificados. Era el tren eléctrico. Había una vez un presidente tan, pero tan arrogante que quiso construir un tren a mediados de los años ochenta para ser recordado como el precursor del transporte moderno peruano; sin embargo, lo dejó sin terminar porque no pudo pagar el costo total, ya que su gobierno fue el más desastroso de todos los tiempos y perdió gran parte del erario nacional. Después de veinticinco años, anheló culminar su obra, mas no consiguió hacerlo. Como tenía un ego colosal, decidió inaugurar aquella construcción inconclusa utilizando su demagogia y arribismo para que la plebe dijera: “Sí, él es un grande; es quien mejoró el transporte del Perú”. Como el vulgo es un puñado de arena en la mano de un gobernante, quedó esparcido por el aire, pero el presidente quedó impreso en los libros de historia que los niños leerán… por desgracia.

El MIG-29 viajaba raudamente. Pasé por varios colegios particulares en el que muchos alumnos nacionales no estudiarían. La velocidad era impresionante. Muchos de los tripulantes estaban con náuseas y alteraciones psicológicas. Sería curioso que la avenida con el nombre del ilustre diplomático Alfredo Benavides Diez Canseco fuera vomitada en gran parte de sus cincuenta y cinco cuadras. Resultaría irónico que los aviadores no mantuvieran un ritmo atlético para soportar el periplo en la avenida del fundador del Comité Olímpico Peruano. Volaba rápidamente y veía abajo cómo los independentistas luchaban contra el ejército realista en la Batalla de Ayacucho. Observaba cómo los retablos ayacuchanos eran derruidos por los españoles, mas sabía que los aliados independentistas, de la mano de Antonio José de Sucre, finalizarían el virreinato en el Perú.

Dejé atrás la avenida Ayacucho y llegué a un lugar donde otras aeronaves también surcaban los aires. Ante tanto tráfico aéreo y, por el temor de culminar en una desgracia, decidí descender del avión y, para ello, grité con todas mis fuerzas: “¡Baja, Velasco!”. Como me hallaba relativamente cerca de mi casa, me dispuse a caminar. Por los cielos vi que el gran Alejandro Velasco Astete volaba con destreza. Seguramente se dirigía a Cusco, al aeropuerto que lleva su nombre o tal vez a Puno donde, por unos entrometidos espectadores, encontraría su muerte.

Ya estaba muy cerca de mi casa. El abogado, co-fundador del Partido Aprista Peruano, así como del Partido Popular Cristiano, y ex ministro de justicia, Ismael Biélich Flores, me esperaba en una de las esquinas de su avenida. Caminé junto a él mientras se lamentaba por qué el partido de la estrella no es ahora lo que fue antes. Él recordaba con añoranza a Víctor Raúl Haya de la Torre y sus magistrales ideas, incluso me pareció ver algunas lágrimas en sus mejillas mientras narraba acerca del eximio trujillano. Me acompañó hasta llegar a mi calle. Se despidió de mí y lo vi marcharse cabizbajo: un olvidado más del Perú.

Fue una espectacular travesía, llena de realidades y fantasías. La conclusión que obtuve fue que todo mantenía su curso, a pesar de que yo no veía lo que sucedía y, posiblemente, todo seguiría igual, si nadie despierta la fuerza de voluntad que está agazapada dentro de cada ser.

lunes, 17 de octubre de 2011

Perdido en Surco - Parte 1

Recuerdo los días de mi primer periodo de vacaciones, el cual gocé después de haber trabajado por dos años ininterrumpidos: en aquellas fechas de asueto, me sentía como un extraviado, un foráneo, un paria del mundo… un neonato.

Tengo fresco el recuerdo cuando, en la mañana de mi día inicial de descanso, me levanté a la misma hora de siempre y bajé raudo y todavía legañoso al primer piso de mi hogar. Pasé por el comedor y saludé a mi mamá quien estaba sentada leyendo el periódico. Fui al baño y me refregué la cara maldiciendo el chupo rojo que había emergido en una de mis mejillas. Salí de allí y caminé por uno de los pasadizos para dirigirme hacia la mesa. Deposité mi humanidad en la misma silla de todos los días y observé que mi madre, quien tan gentilmente me sirve a diario el desayuno, me sonreía de forma pícara. Noté que mi pan con jamonada ni mi café con leche estaban frente a mis ojos aún adormilados. Ella no soportó más y empezó a reír sin que yo pudiera comprender por qué. Después de unos segundos, me lanzó una mordaz pregunta: “¿Tienes que ir a trabajar hoy?” Me disponía a responder un “¡sí!” mecánico cuando de pronto vino a mi mente, como refuljo de rayo, la carta expedida en mi trabajo que concede al señor José Landeo un periodo de 15 días de descanso remunerado por motivo de vacaciones conforme a ley. Quedé estático y saboreando el bochornoso momento mientras una avecilla trinaba en mi jardín y mi madre encendía el televisor. “Anda a dormir, hijo”, recomendó ella sonriéndome con ternura.

Aquel día, mi cama me aguantó cinco horas más de lo normal. Al levantarme, observé que el mediodía se veía diferente por la ventana de mi casa. Anonadado, bajé lentamente hacia el primer piso y, mientras lo hacía, examinaba cada peldaño de la escalera. Quería saber si era diferente a las doce que a las nueve de la noche -hora a la que siempre volvía-. Llegué a la cocina y mi madre estaba cortando las presas para colocarlas en el almuerzo. “¡Buenos días!”, ironizó al verme. “Hola, ma’…”, fue lo único que balbuceé. La puerta de aquella estancia se encontraba abierta y el resplandor del sol llamó mi atención. Salí en pijama a ver el cielo, ese que en mi oficina no presenciaba. Vi también mi jardín y estaba más claro y verde. ¡No pensé que fuera así! Es que nunca me di cuenta de él porque llegaba muy tarde. ¡Ni siquiera lo veía en las mañanas porque salía demasiado rápido a mi trabajo! ¡Tengo un hermoso vergel! Regresé a la cocina sin dejar de analizar cada centímetro de los espacios que recorría. Me dirigí hacia el sofá y encendí el televisor. Pasaba los canales asombrado con todos los programas que nunca había visto. Luego de un par de horas, mi madre me dijo que ya era hora de comer. Entonces, fui a buscar el táper que llevo usualmente al trabajo para calentarlo en el horno microondas, pero no lo hallé. Me sentí preocupado porque pensé que lo había olvidado en el asiento del Metropolitano. Mi madre miraba mi consternación y sonreía. “Hijo, ¿qué tienes?”, me dijo bromeando. Hurgaba en la repisa y no hallaba mi comida en su respectivo pote. “José, ¡en plato!, ¡en losa!”, expresaba risueña. Después de unos momentos reaccioné y reconocí que estaba pasando por otro momento vergonzoso. Empezó a servir un riquísimo puré de papas con arroz y una pechuga de pollo. Además de ello, una refrescante limonada y una variopinta ensalada acompañarían mi almuerzo, ese que mi madre ya había hecho tan inolvidable.

Minutos después de las tres, luego de haber disfrutado del bufet personal, vi por mi ventana un vehículo de características muy curiosas. Salté del asiento y salí a la calle a observarlo más de cerca. Era un gran barco amarillo con rayas negras a los lados, con un cartel rojo intenso en cual estaba escrito STOP; dentro del trasatlántico, un chofer sin cuello y varios niños desdibujados y aburridos por el calor que sofocaba su existencia. Muy al contrario del pesar de los alumnos, yo me encontraba deslumbrado por el acontecimiento contemplado. Al instante salió mi madre y le hablé extasiado:

- ¡Hace años que no veo una movilidad escolar! ¿Siempre pasan a estas horas?

- Pues… sí. –contestó ella sin ningún asombro.

- ¡¿Y qué hacen después?! ¡¿Qué sucede con el autobús?! –pregunté aún emocionado.

- ¿Después? Mmm… pues, se van a su casa. ¿Con el autobús? Mmm, supongo que seguirá repartiendo niños.

- ¡Qué interesante! ¿Y todo esto ha sucedido siempre?

- Mmm, pues, sí. Bueno, excepto los sábados y domingos.

- ¡Oh! ¡Vaya! –exclamé

En medio de mi embeleso, fui hacia el centro de la pista para observar cómo el gran buque amarillo se perdía en la esquina. Fue un momento fascinante.

Volví donde estaba mi mamá y le pregunté:

- ¿Qué otros eventos suceden en las mañanas y tardes cuando yo no estoy? ¿Cómo se comporta la gente? ¿Qué ocurre en esta zona de Surco?

Ella respondió con total calma:

- Pues, lo de siempre, hijo: en las mañanas, transita el panadero tocando la corneta; salen los vecinos de sus casas -así como tú-, está el doctor, el abogado, el diseñador, el empresario en su 4x4, el vago sin trabajo; a veces, pasa el afilador de cuchillos tocando un instrumento muy gracioso; en la tarde, viene la movilidad escolar; vuelven algunos padres de familia desde su trabajo -cansados por el sistema en el que nacieron-; pasan los buses, sigue la contaminación; de vez en cuando hay un accidente, muere la abuela o el joven incauto, y el chofer borracho, que “los frenos vaciados, la luz no estaba roja o el semáforo malogrado”; ¡en fin!, todo igual como siempre.

Ella terminó de explicarme y yo quedé con la sonrisa estampada en la cara. Me embelesó saber que todo eso ocurría mientras yo no estaba en aquel lugar. Sentí el resplandor del sol y pensé que aún había tiempo para saber más de lo que sucede normalmente a cada tarde. Entonces, dije a mi mamá que me vestiría y saldría a la calle para descubrir, con mis propios sentidos, los hechos que con frecuencia acontecen a esas horas en Surco.

jueves, 11 de agosto de 2011

¡Por eso el Perú no crece! Parte 2

Había narrado que el señor nos permitió cerrar la encomienda sin que tuviera una revisión más detallada. Pues, bien, luego del desagradable momento, nos dijo que pasáramos a la ventanilla del costado y pagáramos conforme al peso del paquete (unos dieciséis soles). Carla y yo nos dirigimos hacia el lugar.

Eran las dos de la tarde de ese ya descolorido sábado y, en el mostrador, una señora nos trató gentilmente: “Estoy por cerrar el sistema, ¿ahora?” ¿A qué se refiere con “ahora”?, me dije. “Esperen un momento, veré si los puedo atender”, profirió sin ningún interés en hacerlo y se fue quién sabe a dónde. Nosotros nos quedamos cuales torres contemplando el agradable paisaje: el vidrio polarizado de la ventanilla. Transcurrían los minutos y la señora no retornaba. En un momento pensé que me hallaba en medio de un sueño perverso de alguno de mis enemigos. Sin embargo, regresé a la realidad cuando, el empleado que nos había atendido, dijo que al otro lado del muro –el cual divide la filial– también se podía pagar. “Gracias por la consideración”, expresé sonriendo cínicamente.

En el lugar referido, una señora terminaba por atender a una cliente. Llegamos y nos pidió la encomienda. “Son dieciséis soles”, indicó. Cuando Carla sacó su cartera para efectuar el pago, escuchamos una melodiosa objeción: “Ah, no, esto irá mediante ‘servicio expreso’. En esta ventanilla no cobro esa modalidad”. ¡Y qué quiere que haga!, pensé irascible. De pronto, giró y caminó hacia su jefa (era la misma de la empleada anterior) mientras le hablaba: “Alicia, este paquete es ‘expreso’, ¿por qué Chelita no los ha atendido?” Se escuchó la voz de la encargada: “Chelita, ¿dónde estás?” La mencionada Chelita era quien nos había dejado al otro lado como postes. La jefa se expresó nuevamente: “Aidita, atiéndelos tú, por favor”. Esta respondió que su computadora no tenía listo el sistema para efectuar ese trámite y debía reiniciarla para obtenerlo, pero “ya son más de las dos, Alicia”.

La señora volvió con el paquete y nos escudriñaba con el ceño fruncido. Mientras tanto, detrás de nosotros se había formado una cola. Un señor observaba mortificado todo el espectáculo. Por momentos, me miraba como quien se solidariza conmigo. Detrás de él estaba una extranjera que por momentos caminaba de un lugar a otro leyendo los viejos anuncios pegados en las paredes. En mi mente surgía la idea de que la foránea divagaba para que no viera nuestros rostros de vergüenza ajena, originado, por supuesto, por la negligencia de los empleados peruvianos.

“Tendrán que esperar a que reinicie el sistema”, nos dijo la señora Aida. “Ni modo”, contestó Carla lanzándole tal mirada que, si no fuera por el grosor del vidrio, habría sido fulminada. Eran las dos y quince cuando, de manera repentina, Chelita fue hacia el lugar de Aida y le dijo –para indignación de todos los presentes–: “No te preocupes, yo los atenderé”. La señora ya no reinició la computadora, le entregó el paquete y se marchó para disfrutar su hora de salida. Chelita nos pidió que pasáramos a la ventanilla subsiguiente no sin manifestarse de forma brillante: “¿Por qué no me esperaron? Yo los iba a atender”. Ante esto, giré tratando de apaciguar el furor y me topé con la mirada del señor, quien también irritado, esputó una frase llena de mucha verdad y acorde para la ocasión: ¡Por eso el Perú no crece!

La señora terminó de atendernos a las dos y treinta. Al dejar el mostrador, tenía ganas de reclamar a un superior, pero no lo hice. Para mí también era tarde. Carla y yo abandonamos el lugar. Posteriormente, ya un poco más calmado, reflexioné sobre lo que había sucedido: el Perú no crece por comportamientos como los de esos empleados, pero menos aún por la actitud que tuve. El Perú no cambia porque uno es permisivo ante la irresponsabilidad y la desidia y no denuncia un mal acto para que otro usuario no resulte perjudicado.

Debí haber reclamado.

Ya en el bus, camino a Surco, Carla me preguntó por qué me encontraba con rostro pensativo. Durante el trayecto le expliqué la lección que había aprendido esa tarde y que, con total seguridad, nunca olvidaré.

jueves, 28 de julio de 2011

A la comunidad peruana en el mundo

Un día como hoy, hace ciento noventa años, se oyó un grito ansiado por los pueblos: “¡Libertad!” Miles de peruanos acariciaron ese precioso don que Dios entregó a los hombres y, desde ese momento, se aferraron a las palabras del libertador José de San Martín: “Libres” e “independientes”.

Esa causa justa fue promovida no sin poco sacrificio. Cientos de próceres y precursores, así como la misma población, tuvieron que pugnar contra los opresores para así abrazar la libertad, es decir, se inmolaron para que otros tuvieran vida hoy. Prácticamente, los peruanos habían sido acostumbrados al dolor y al martirio.

Tal vez, con estas últimas palabras, recordemos a nuestros compatriotas y lo que tuvieron que pasar para arribar a un nuevo país en busca de un mejor futuro. Cada uno de ellos posee una experiencia particular, guardada en su memoria y corazón, sobre los momentos vividos en aquellas épocas migratorias. Pero, al evocar esto, podemos decir que -así como para la obtención de la Independencia- el sacrificio culminó en redención. Hoy, allí en el país donde radican, se encuentran felices y orgullosos de su patria y de sus bondades. ¡Y nosotros también lo estamos! Poseemos una maravilla mundial, que hace cien años fue revelada para el gozo de todos: Machu Picchu; el Perú ha engendrado a su primer Premio Nobel de Literatura: Mario Vargas Llosa; tenemos el lago navegable más alto del mundo: el Titicaca, y albergamos muchas otras virtudes dignas de ser expuestas para la admiración universal. Pero, sobre todo, en estos últimos tiempos, reconocemos la más grande e incalculable bondad que tiene el Perú: su gente. Hoy la población ha aprendido a amar lo suyo, valorar sus riquezas y exponer su cultura; esta gente de todas las sangres es sin duda, el tesoro más sagrado que posee el Perú.

Hoy, hermanos, también vivimos una nueva libertad. Es hora, entonces, de despojarnos de ese traje de derrota y de tristeza, de sacudirnos el polvo de la holganza y de la desidia, de borrar de nuestras mentes el prejuicio y la indiferencia. Hoy 28 de julio nace un nuevo Perú, así como nacerá cada año cuando nuestros corazones lo recuerden, cuando traigamos a la memoria esa bendita tierra que nos acogió en su regazo, cuando en una visión melancólica tengamos presente a la patria que instauró todas las identidades en una sola identidad, dentro de nuestro ser. Hoy, hermanos peruanos, dibujemos una sonrisa incontenible en cada uno de nuestros rostros porque verdaderamente somos libres, ¡y seámoslo siempre!, repitiendo con total emoción: ¡Viva la patria!, ¡Viva la libertad! y ¡viva la independencia de nuestro hermoso y queridísimo Perú!

martes, 12 de julio de 2011

¿Abuso contra el transportista?

Este miércoles 13 de julio se realizará el anunciado Paro de transportistas. Ellos reclaman la reformulación de una ordenanza municipal que exige la incorporación de nuevos buses, con los cuales se busca renovar el parque automotor. Asimismo, solicitan la observación de las “papeletas fantasmas”, las cuales, según los transportistas, aparecen en su récord de faltas sin haberlas cometido. Finalmente, demandan que se reduzca la escala de sanciones e infracciones que puede llegar a 1 UIT, es decir, 3600 soles.


Ahora, ¿sabrán los transportistas que el ingreso de las unidades será progresivo (como se menciona desde hace años –¡pues siempre los dirigentes peruanos son tan buenagente como gentileshombres hay!–) y que estos serán los Euro 4, un tipo de bus que es menos contaminante que un auto 0km? Ahora dirán que es muy costoso. Pues, para cualquier transportista que labora arduamente todos los días para despilfarrar su dinero en la chupeta descomunal de los fines de semana o coimeando a los policías cada hora punta o perdiendo el dinero al ganarse estúpidamente una papeleta que pudo evitar si supiera lo que significa educación, así definitivamente será difícil costear un nuevo vehículo.

¿Sabrán los transportistas que esas “papeletas fantasmas” ya fueron observadas y anuladas y que, por lo tanto, no presenta un motivo de reclamo?

¿Sabrán los transportistas que la infracción publicada en estas últimas semanas se generó para frenar los excesos que ellos cometen en contra de los usuarios?

¡Y dicen que todo esto es un abuso!

Transportista, ¿acaso no es un abuso que todos los días llenes el vehículo hasta el tope con esos humanos que convertiste en objetos? ¿Acaso no es abuso que cobres de más a los universitarios cada vez que suben a tu pocilga de transporte? ¿Acaso no es un abuso que en medio camino digas que “ya no vas” y bajes a los usuarios en la avenida de tu antojo sin importarte lo que pueda ocurrirles? ¿Acaso no es un abuso que por competir con otro infeliz de tu calaña menciones que no te detendrás en un paradero específico perjudicando el itinerario de un pasajero? ¿Acaso no es un abuso escuchar las aberraciones de la Lengua que indistintamente profieres en cada jornada laboral? ¡¿No es un abuso todo ello y aún reclamas?! ¡Y te podría enumerar más, pero perdería tiempo para explicarte debido a tu deficiencia intelectual!

Rescatando solo un poco a Marx: el trabajo dignifica al hombre, todo trabajo es digno y muchas palabras más que refuerzan la tesis. Sin embargo, también ha de tenerse en cuenta que el hombre debe dignificar su trabajo, que debe luchar para que su labor sea reconocida como noble, pero estoy seguro de que ellos no lo están haciendo.

miércoles, 6 de julio de 2011

Al maestro, con cariño

Infausto día para aquel que eligió la opción de carrera que había colocado como última, después de todas las que hubiese preferido.
Desdichado el que aplicó términos como Pedagogía o Didáctica para la enseñanza/aprendizaje de iniquidades y servilismos.
Infeliz quien aun sabiendo que no era lo que quería arrojó el birrete por lo alto soterrando un falso logro.

Abyecto y despreciable tú que no te quedaste un minuto más para despejar la duda del educando; que preferiste faltar por una falaz enfermedad restándole un día de conocimiento a ese que será mejor que tú; que le mentiste al no saber la respuesta ante su irresoluta existencia; que lo extorsionaste con el comercio de bingos, rifas y demás permutas; que le negaste el saber por expresarse en un idioma diferente al tuyo; que no lo ayudaste cuando era despreciado por esa crueldad que siempre tienen los niños.

Mezquino y embustero tú que recordaste el sueldo antes que la necesidad de tus alumnos; que no previste significativamente tu sesión de aprendizaje (porque sépanlo bien los no profesores, que todo educador debe preparar una clase antes de ingresar al recinto de estudios); que dijiste que era “cátedra” cuando en verdad no tenías idea del tema que había de dictar; que cancelaste un día de educación por una huelga a la que decidiste respaldar.

Pues muchas veces eres así: corrupto, problemático, desdeñoso, intolerante; apático, deshonesto, lujurioso, timador. ¡Definitivamente ajeno a la irrealidad! ¡Miserablemente humano!

Si eres aludido por lo mencionado, no te sientas feliz porque este día no es para ti.
(Y mucho menos el resto del año).

domingo, 26 de junio de 2011

El día del olvidado

El 24 de junio se recordó el día de quien trabajó para que se tenga un almuerzo considerable sobre la mesa, quien cuidó del ganado para que se beneficie el sistema digestivo de cada peruano, quien laboró arduamente con la planta de algodón para vestir y abrigar al Perú en este indolente invierno. Justamente en esa fecha han muerto y también terminaron heridos muchos campesinos debido a los conflictos sociales ocurridos en Puno y Huancavelica. Pero, ¿por qué se produce todo ello? Pues, hasta hoy se mantiene una estúpida consigna en los gobernantes (y en gran parte de los capitalinos al pensar que “Lima es el Perú”.

Puno ha protestado ante la posibilidad de que una nueva minera se instale en su región. La hipótesis erigida es que esta empresa traerá contaminación al departamento. Ya existen pruebas de que ello se realizará: actualmente mineras informales degradan el medioambiente de la zona.

Huancavelica alzó su voz de protesta ante la creación de una nueva universidad. Sin embargo, ¿qué problema habría en esto? Lo que aconteció fue que el gobierno tuvo la “genial” idea de crear una casa de estudios tomando la mitad del presupuesto de la actual Universidad Nacional de Huancavelica. Esta falta de tacto ha repercutido en los desmanes que se observan últimamente en los noticieros.

Ante estas problemáticas surgen las reflexiones:

La creación de un día especial por parte del gobierno, se efectúa siempre porque, precisamente, se tenía olvidado a ese alguien o algo ahora rememorado. Por tal motivo es que se crea “El día del campesino”, supuestamente para recordar a aquel quien trabaja arduamente para otorgar el fruto de su cosecha y así la población no se muera de hambre. Todo ello, es soslayado, falso. ¿Por qué, entonces, no existe un “Día del citadino o del capitalino” en contraposición al campesino? Claro, es que el de la ciudad, el urbano, el que vive sin mirar a sus espaldas a esas dos regiones relegadas, tiene la mayoría de beneficios que los astutos gobernantes empozaron en Lima y, por lo tanto, no hay necesidad de crearle un día, pues nunca será olvidado.

¿Por qué el Gobierno siempre tiene que esperar sucesos nefastos para recién actuar? ¿“El Perú avanza”? Alan García ha hecho un lavado de manos frente a los problemas sociales suscitados y esta acción ha sido bendecida por su "Cristo del Pacífico" (“El Cristo de lo robado”) y la mayoría de ingenuos que aprueban su gestión. ¿Acaso no se comenta que el Perú ha crecido económicamente? Entonces, ¿por qué los campesinos no reciben parte de este logro, el cual no se alcanzaba desde la época del guano y el salitre? Si García no quiere asumir estas problemáticas debido al poco tiempo que le queda al mando del país, entonces que se retire de una vez y permita al presidente electo que los resuelva. No por la mezquindad de unos, deben ser perjudicados otros.

Lastimosamente, en este país de las maravillas difícilmente se realizará aquello. La población se tendrá que aferrar otra vez a la esperanza y a la religión para creer obligatoriamente que tal vez mañana se despertará con un país diferente.

miércoles, 15 de junio de 2011

Racimo de patologías - Parte 2

Había relatado que el mal que padecía me era oculto; no obstante, junio, tres años después, me ha otorgado, no sé si para bien, la luz del conocimiento.

Edgar, un amigo muy estimado y quien actualmente se encuentra en los últimos ciclos de Medicina, me comentaba, en una conversación por Facebook acerca de los flagelos en el ser humano, que lo más probable es que se especializaría en Neurología. Durante ese coloquio, le propuse una especie de acertijo: “¿Qué te parece, como quien va practicando para el estudio futuro, si te menciono los síntomas que arrastro desde hace tiempo y me indicas tu diagnóstico?” Él aceptó.

Al otro lado de la pantalla, “el doctor”, como suelo decirle, leía términos que seguramente le eran familiares debido a sus prácticas en diversos nosocomios: dolor de cabeza, mareos, calenturas. Pero, cuando le indiqué lo siguiente, me pareció percibir que lo intrigué sobremanera: “Esta tortura aparece en periodos que yo conozco, es decir, sé cuándo llega, ¡con fecha predeterminada! Me aqueja en el mismo lado, en el izquierdo, muy cerca de la sien, de forma muy intensa como si me hicieran una trepanación craneana sin haberme dado chicha antes de la cirugía y sin intención de cubrirme con placas de plata. No me deja trabajar, la pantalla de la computadora me trastorna y el sector afectado es un hervidero. ¿Qué tengo, doctor?” Pasaron pocos segundos y lo primero que mencionó fue una frase que me hizo recordar al elocuente boticario del texto anterior: “Es grave”. Me quedé en silencio, defraudado, con una nube negra sobre mi cabeza. Sin embargo, al transcurrir unos minutos, continuó: “Estoy casi seguro de saber qué es lo que te afecta…” Cuando escribió esas palabras, un éxtasis inconmensurable embargó todo mi ser: ¡después de tres años sabría por fin cuál era mi padecimiento! Me hallaba tan emocionado, expectante, como el esposo que se encuentra en la sala de espera, caminando, sudando, sufriendo por su amada mujer quien está a punto de dar a luz y de pronto aparece el ginecólogo por la puerta, sonriente, sosegado, y el marido se acerca a preguntarle ansiosamente: “¿Qué fue?”, y este responde: “Varón”; como el hincha de fútbol que vio al árbitro cobrar un penal a favor de su equipo, en el último minuto, empatando 2 a 2, y el delantero fusila al portero y ese monosílabo glorioso surge de lo más hondo de las entrañas para gritarlo en la cara del desgraciado de su amigo, hincha del equipo contrario, quien le dijo para ir al estadio, yo te pongo las entradas, vaum’ para mirar a tu equipucho perder, pa’ que llores con esos limitados, para ver a ese plomazo de defensor, para ver a tu mediocampista cojo, para ver a tu delantero con dos zurdas, para ver a tu arquero que no vuela ni con un troncho, ¡para ver por qué diablos no vine con alguien del mismo equipo! Me encontraba con superlativa atención ante lo que fuera a escribir el doctor, hasta que completó el trascendental enunciado: “Estoy casi seguro de saber qué es lo que te afecta…, pero en este momento no recuerdo el nombre”. Sí, por unos segundos fui Condorito. Me sentía un poco apenado, pero no culpé a Edgar: aún no se especializaba en Neurología y no era su labor conocer la panacea de todas las enfermedades del mundo. En fin. Después de platicar un momento, nos despedimos. Él, como quien da un premio consuelo, concluyó: “Trataré de buscar qué es lo que tienes”. Le agradecí y cerramos la ventana de conversación.

Pasaron unos días y para no recordar aquel frustrante acontecimiento, me concentré en mi trabajo y en los diversos cursos a los que he ingresado. Una noche, al llegar a casa, entré al Facebook. Después de revisar las notificaciones, activé el chat y al instante la ventana de alguien conocido apareció. “Sólo me faltan algunos datos para saberlo: ¿Te duele el mismo ojo en todas las ocasiones?” “Sí”, respondí. “¿Lagrimeas?” “A veces”. “Por último, el dolor, en el lado de la cabeza, ¿es pulsátil o constante?” “Lo último”. “Ya sé lo que es. Tú tienes…”, y tuve la mirada pegada en el monitor y se produjo un espasmo en mi cerebro al leer aquel inolvidable nombre: “Cefalea en racimos”.

El desconcierto se hizo piel y huesos en mi rostro. Inmediatamente me sumergí en la Internet para investigar sobre mi execrable inquilina.
No, no se preocupen por ahora en buscarlo en Google. He aquí un párrafo acerca de lo que tengo:

La cefalea en racimos es un tipo de dolor de cabeza que es considerado como uno de los más intensos que puede sufrir el ser humano en su estado consciente. Aparentemente afecta a un 0,1 % de la población mundial, y proporcionalmente más a los hombres. El ataque de la CR es unilateral (sucede en un único lado de la cabeza). La dolencia suele iniciarse alrededor del sector ocular. Los sufridores lo describen "como un clavo o un cuchillo que apuñala o que perfora" o como si alguien "le intentara arrancar el ojo”. Puede ir acompañado de otros síntomas como el párpado caído, el globo ocular enrojecido, la pupila dilatada, congestión nasal, lagrimeo y/o moqueo en la zona del ataque. El dolor puede irradiarse desde el ojo hacia la frente, el oído, la nuca, la mejilla, el cuello u otras partes de la cabeza. No se sabe a ciencia cierta cuáles son las causas que la generan. La duración de las crisis oscila entre 15 y 180 minutos pero, por contra, pueden presentarse varias veces a lo largo del día (con frecuencia con un horario fijo). La cefalea en racimos aparece bruscamente a una edad que fluctúa entre la adolescencia y la juventud y, a menudo, desaparece del mismo modo cuando el paciente alcanza alrededor de 70 años. Por el gran padecimiento que uno posee, la CR también es llamada “cefalea del suicidio”. Los enfermos son tratados habitualmente con analgésicos u otros fármacos destinados a la migraña común, enfermedad con la que no tiene mucha relación, razón por la cual los procedimientos tienen poco efecto.

Leí sobre el tema por una media hora, ininterrumpidamente. Quedé absorto, petrificado, por un momento sin respiro. Edgar me estuvo hablando desde que mencionó el mal. Le pedí disculpas por la ausencia y a la vez le agradecí por haber resuelto el enigma de mi vida. “Serás un gran doctor”. “Gracias, maestro”, respondió. El momento habrá sido comprensivo, pues, al cabo de unos minutos y con la gentileza que posee mi buen amigo, procedió a retirarse. “Hasta mañana, profe”. “Hasta pronto, doctor”. Cerré todo, apagué la computadora y quedé mirando el botón verde intermitente del encendido. ¡Qué podía pensar! ¡Logré lo que quería! ¡Alcancé mi objetivo! Esa noche fue larga como un lamento. No diferenciaba si llovía dentro o fuera de mi hogar. Todo era extraño, paradójico, desconcertante. Después de un rato, reflexionaba con más calma. Tenía que resurgir. No desfallecer antes de comenzar la batalla. Necesitaba alejar este mal, ir sacándolo paulatinamente de mí, menguar por lo menos un poco esta maldición que me acompañará por muchos años. Es por ello que escribo esto, es por ello que lo plasmo como terapia: sepan, hermanos, lo que hasta hoy llevo conmigo.

jueves, 9 de junio de 2011

Racimo de patologías - Parte 1

Fue en el Instituto, cuando un fortísimo dolor en la cabeza, casi logra que me desmaye. Mis amigos me sostuvieron y me exhortaron a que descanse. ¿Tan intensa era esa punzada en la zona periorbital que por poco me precipita al suelo? Aquel junio del 2008 conocí una más de mis patologías que hasta hoy me acompaña en cada solsticio de mi vida.

La molestia dejó de ser un simple dolor de cabeza. El Panadol no sirvió de mucho cuando observé que tres de estos al día no surtían efecto. En otro momento, un farmacéutico me recomendó Tonopán. Pensé que con ello sería el fin de mi malestar, pero el llegar a tomar dos ejemplares en una sola mañana, me reveló todo lo contrario y, peor aún, cuando otro boticario abrió sorprendido los ojos como faroles después de haberle comentado que ya tenía un par a mi cuenta. “Es grave”, dijo.

En julio fue la primera vez que visité el Hospital Loayza. Al llegar, pensé que me encontraba en un manicomio y mi cavilación estaba por confirmarse al ver el aspecto del neurólogo que me atendió; sin embargo, esta idea se desvaneció cuando escribió los nombres de los medicamentos y los exámenes a los que me debía someter, pues vi su “legibilísima” letra y constaté que no era una desquiciado: realmente era un doctor.

Ansiolíticos, electroencefalograma, tomografía: fueron los nuevos términos que adopté desde ese momento. De los primeros, recuerdo que los ingería en las mañanas y en las noches: sí que me hacían dormir (mi profesora y su hora de Gramática lo pueden constatar). Del segundo, me queda un chupón pegado en la frente (no, es mentira), rememoro que si sobaba frenéticamente mi mollera, obtenía en mis manos, cual héroe animado, una ligera carga eléctrica (esto sí es verdad) con la que hubiera deseado fulminar a muchos comechados políticos. Y, sobre la tercera, traigo a mi mente que tuve que beber un líquido de color sobrenatural antes de realizar el examen (pregunten a un médico y sabrán que no miento), me acostaron en una camilla, me introdujeron en una cámara y supe que varios doctores se empecinaban en ver por una pantalla mi adolorida cabeza. Me sentía un X-men, un intraterrestre, una convergencia de experimentos que me conllevarían a catalogarme como una extraña creación, pero volví a mi realidad, cuando después de un mes el mismo neurólogo, con toda la simpleza del mundo (difícil de creer en él al observar en su cabellera una apología a Einsten) me dijo: “Hijo, no tienes nada; descansa nomás”.

Realmente me parecía raro que después de observar, con supuesto ojo clínico, mi cerebro plasmado en varias radiografías, el galeno me dijera que mi cabeza era un Edén. A pesar de ello, sin saber qué preguntar, me retiré insatisfecho a mi morada.

Han pasado tres años y hasta hace un mes me preguntaba por qué este “simple dolor de cabeza” se repetía religiosamente todos los mediados de junio y los finales de diciembre. ¿Qué era lo que en realidad padecía? Ya tengo a mi favor dos malestares que viven conmigo: mi incondicional bronquitis y la nada agobiante asma. Pero esta, ¿qué era? ¿Qué atormentaba mi existencia, trastocaba mi sosiego, deslucía mi paciencia, se iba y volvía, a su tiempo antojadizo, como dueño de mi cuerpo y se paseaba en mi cabeza como Pedro por su casa; hacía y deshacía, tenía las llaves de mi reino encefálico: todo lo que ate en mis venas será manifestado en mis gestos, y todo lo que desate en mis lagrimales será secado por el pañuelo; obstruía la sinapsis, consternaba mi firmeza, sustraía el oxígeno, perforaba mi azotea? No lo sabía.

Sin embargo, recién en este 2011 pude finalmente descubrir lo que tengo.

(…)

lunes, 2 de mayo de 2011

Día feliz del trabajador

El 1 de mayo es placentero para los que se encuentran en planilla, reciben gratificaciones (dos veces al año), además de la CTS; perciben (verbo tan ridículo en el ámbito económico-laboral) utilidades al cien por ciento, obtienen bonos por buen desempeño u otras razones humanas, poseen vacaciones de treinta días (pagadas, señores); tienen derecho a formar un sindicato, a pertenecer en un sistema de salud, a solicitar permisos de ausencias; cargan con su canasta del Día de la Madre, del Padre, del Trabajo y Navidad (además del pavo, en esta época). Feliz día para ellos en este mayo maternal. ¿Esas personas existen?

El 1 de mayo es laborable y avivarrabias para los que tienen un sueldo mínimo (del mínimo), los que trabajan en una oficina de 2 por 2.5 metros (sin permiso para levantarse), los que no saben cómo es el rostro del gerente, los que no han escuchado de las bonificaciones, de la planilla, de la CTS; para los que con suerte conocen del recibo por honorarios, el fin de mes, la quincena; para los nocturnos, los caminantes, los informales, los que lucharon por las ocho horas… para dormir, pero que trabajan todas las restantes; para los que son subempleados, subalternos, subjefes, subterráneos, sumergidos, sucumbidos, “su chupín de los gerentes”, súbditos, subordinados, subyugados, supeditados, sumisos, sumisos, sumisos. Para los que se preocupan por la situación laboral de miles de peruanos (incluso por los del párrafo anterior… y por los de abajo también). ¡Día feliz del trabajador!

El 1 de mayo es incierto para los que no tienen empleo, para los que ya pueden trabajar y no poseen empleo, para los que ven cómo crece el país económicamente y no encuentran empleo, para los que conocen del Ministerio de Trabajo y Promoción del Empleo y no alcanzan, precisamente, un empleo. Para ese señor que por ser experimentado no obtiene más un trabajo, para esa mujer que no labora por la estúpida discriminación, para el joven que estudió cinco años aproximadamente y no halla oficio alguno, para el niño que sufre cuando ve a su padre o madre salir a buscar alguna ocupación, pero vuelven con la sonrisa en el bolsillo vacío. Ese 1 de mayo es infeliz, macabro, burlón.

Sin embargo, por alguna razón ha correspondido, para nosotros, los peruanos, tal evento el 1 de mayo, ya que nos recordará reflexionar, denunciar y pelear, ¡sí, luchar! por un sistema justo (no por nada, al día siguiente, conmemoramos el Combate del Dos de Mayo).

martes, 22 de marzo de 2011

¿El quechua: 'nueva' arma?

El domingo 20 observé al mediodía la repetición del partido Brasil versus Paraguay, correspondiente al Torneo Sudamericano Sub 17 2011, y me di con la sorpresa de un elemento que tal vez no es muy tenido en cuenta en el fútbol. Escuchaba la comunicación de los brasileros en su natural portugués, pero lo que llamó mi atención fue que, al oír las indicaciones del técnico paraguayo hacia sus jugadores, y la de estos entre ellos mismos, denoté que lo realizaban en un idioma extraño (pensé que lo harían en español). Posteriormente, el comentarista de CMD explicó que los ‘paraguas’ se comunicaban durante el encuentro en su lengua materna: el guaraní. Analicé entonces los beneficios que se puede obtener cuando se posee un código distinto al de un rival. Los paraguayos indicaban sus tácticas de juego sin que otros las supieran. Las jugadas, las mañas, inclusive los insultos, solo eran entendidos por ellos fortaleciendo así la unidad de su equipo; y al parecer, esta singularidad respecto a la lengua y también por las cualidades futbolísticas de los de Asunción, ayudaron para que al final del juego obtuvieran un importante y heroico triunfo (ganaron 2 a 1, voltearon el partido). Claro, ¿y por qué Brasil no obtuvo la victoria aprovechando su portugués? Entre otras razones y objeciones, creo que ese idioma lo escuchamos en las miles de ocasiones en que juega el equipo carioca y por ello sus frases futbolísticas son ya conocidas. A todo esto, pensé en lo importante que sería para los peruanos aprender ciertas expresiones en quechua para efectuar jugadas, avisar al compañero de ciertas proyecciones en el campo, etcétera. Solamente, uno de los pocos equipos que podría contrarrestar esta estrategia con el idioma sería Bolivia.

Si trasladamos esta ‘nueva’ arma hacia otros campos, como en el empresarial, se podría utilizar la lengua para afianzar el cariz peruano atrayendo a los clientes quienes en estos últimos tiempos optan por peruanizar su ser. En el ámbito de la Salud, acortaríamos las brechas para que los quechua hablantes no tengan temor en acercarse a una posta médica (vi tal caso en Huancavelica). En las instituciones educativas no existiría discriminación porque todos nos sentiríamos hermanos por un idioma materno. En fin, en todo lugar se inyectaría peruanidad, esa que tanto falta, para crecer con los pies firmes en el Perú. Qué vital es que la Educación tome en serio implantar como estudio ‘obligatorio’ (cruda palabra) la lengua quechua. Qué importante sería presentar al Perú como un país bilingüe por naturaleza. Qué buena vitrina seríamos para el mundo si crecemos frente a ellos abrazando nuestra propia cultura. Es cierto, actualmente, ¿qué futbolista, qué educando, qué doctor, qué jurista, qué docente, qué Presidente quiere aprender quechua? Es una realidad difícil, pero si estamos en un nuevo inicio de “peruanizar el Perú”, pues no tomemos este posible nuevo aprendizaje como una traba, sino como el hecho de colocar esa pieza ausente del rompecabezas en nosotros mismos.