miércoles, 2 de septiembre de 2015

Ansiedad de sábado

Al igual que en los tiempos de Ribeyro, a las seis de la mañana, la ciudad se levanta de puntillas y comienza a dar sus primeros pasos. Es lunes, y el camión de basura recorre a intervalos las esquinas para recoger las porquerías que seres desordenados desecharon impetuosos el fin de semana fenecido. El canillita hace su negocio ofertando las noticias del día: violación, muerte, corrupción, sexo y demás miserias patrióticas, así como ayer. Con sus carritos, aparecen los vendedores de emoliente, maca y quinua. Frente a
ellos, los comensales solicitan, aún amodorrados, una de estas estimulantes bebidas y que sean acompañadas de un pan con queso, con palta y sal, o con torreja. Facinerosos cruzan la calle, seguramente van a dormir después de realizar su jornada dominical nocturna. Todos, absolutamente todos, sin excepción, se mueven como zombis vedados por la neblina de la fría Lima que los acoge entre sus plomos brazos cual madrastra.

Avanzan los minutos y retrocede la vida. Seudosofisticados marcan tarjeta, se automatizan, callan en la oficina, aceptan órdenes, bajan la cabeza: son solo una tuerca más de la máquina que no conducen. Esto se repite día tras día. Las rutinas, ellos las saben: cada mañana hay que salir con un rótulo en la cabeza para demostrar qué individuo quieren ser. Se visten de ciudadanos o de parias para encajar en el plano. Repiten su función para ganar un puñado de dinero, continúan esto por años con el fin de obtener menciones o cartoncitos para luego pisotear al que vendrá a ocupar su lugar.

Todos son zombis, todos son solo herramientas de alguien que se aprovecha de ellos. Pero no les importa, lo soportan porque la vida les da igual si están arriba o abajo: solamente quieren que llegue el sábado.

Los días anteriores son una tortura. Lo único que desean es que aparezca en el calendario aquel bendito sábado para mostrarse como son. ¡Y llegó! 10:00 p. m. La hora es propicia para el inicio del fin. Llaman a los compinches con quienes se irá a cazar a las reinas de la noche. Lo furtivo es una condición natural de esos encuentros. Se quedan los ternos y los sastres en los armarios. Ellos usan las camisas almidonadas (slim fit) y los pantalones que puedan deslizarse con facilidad; ellas utilizan la indumentaria que nunca llevarán al trabajo: todo corto, todo trasparente, todo sugerente… como les gusta… como nos encanta.
Luz verde
Y se pasa la noche como aperitivo de fiesta, como pisco sour por la garganta, como polvo entre sus dedos. ¡Es el día más esperado y transcurre demasiado rápido! Pero ha sido aprovechado: el estrés quedó en el sudor sobre la pista de baile, en la chapa de la botella, en la ‘bajada’ descartable o en el látex benefactor. Ha sido un sábado más… Se vive para esperarlo y vivirlo, nada más.

Ya es lunes otra vez: el domingo fue un amago de descanso. Volverán las oscuras personas en sus oficinas sus nalgas a posar. Se repite la rutina, pero no importa, pues todos saben la consigna: hay que vivir hidalgamente estos cinco días para llegar a ese sábado salvífico en donde no tendrán que ser lo que siempre han sido, sino lo que verdaderamente son.


Lima, jueves 3 de septiembre de 2015

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