Al igual que en los tiempos de
Ribeyro, a las seis de la mañana, la
ciudad se levanta de puntillas y comienza a dar sus primeros pasos. Es
lunes, y el camión de basura recorre a intervalos las esquinas para recoger las
porquerías que seres desordenados desecharon impetuosos el fin de semana fenecido.
El canillita hace su negocio ofertando las noticias del día: violación, muerte,
corrupción, sexo y demás miserias patrióticas, así como ayer. Con sus carritos,
aparecen los vendedores de emoliente, maca y quinua. Frente a
ellos, los
comensales solicitan, aún amodorrados, una de estas estimulantes bebidas y que
sean acompañadas de un pan con queso, con palta y sal, o con torreja. Facinerosos
cruzan la calle, seguramente van a dormir después de realizar su jornada
dominical nocturna. Todos, absolutamente todos, sin excepción, se mueven como
zombis vedados por la neblina de la fría Lima que los acoge entre sus plomos
brazos cual madrastra.
Avanzan los minutos y retrocede
la vida. Seudosofisticados marcan tarjeta, se automatizan, callan en la
oficina, aceptan órdenes, bajan la cabeza: son solo una tuerca más de la
máquina que no conducen. Esto se repite día tras día. Las rutinas, ellos las
saben: cada mañana hay que salir con un rótulo en la cabeza para demostrar qué
individuo quieren ser. Se visten de ciudadanos o de parias para encajar en el
plano. Repiten su función para ganar un puñado de dinero, continúan esto por
años con el fin de obtener menciones o cartoncitos para luego pisotear al que
vendrá a ocupar su lugar.
Todos son zombis, todos son solo herramientas
de alguien que se aprovecha de ellos. Pero no les importa, lo soportan porque
la vida les da igual si están arriba o abajo: solamente quieren que llegue el
sábado.
Los días anteriores son una
tortura. Lo único que desean es que aparezca en el calendario aquel bendito
sábado para mostrarse como son. ¡Y llegó! 10:00 p. m. La hora es propicia para
el inicio del fin. Llaman a los compinches con quienes se irá a cazar a las
reinas de la noche. Lo furtivo es una condición natural de esos encuentros. Se
quedan los ternos y los sastres en los armarios. Ellos usan las camisas
almidonadas (slim fit) y los
pantalones que puedan deslizarse con facilidad; ellas utilizan la indumentaria
que nunca llevarán al trabajo: todo corto, todo trasparente, todo sugerente…
como les gusta… como nos encanta.
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| Luz verde |
Y se pasa la noche como aperitivo
de fiesta, como pisco sour por la garganta, como polvo entre sus dedos. ¡Es el
día más esperado y transcurre demasiado rápido! Pero ha sido aprovechado: el
estrés quedó en el sudor sobre la pista de baile, en la chapa de la botella, en
la ‘bajada’ descartable o en el látex benefactor. Ha sido un sábado más… Se
vive para esperarlo y vivirlo, nada más.
Ya es lunes otra vez: el domingo
fue un amago de descanso. Volverán las oscuras personas en sus oficinas sus nalgas
a posar. Se repite la rutina, pero no importa, pues todos saben la consigna:
hay que vivir hidalgamente estos cinco días para llegar a ese sábado salvífico
en donde no tendrán que ser lo que siempre han sido, sino lo que verdaderamente
son.
Lima, jueves 3 de
septiembre de 2015

