domingo, 26 de junio de 2011

El día del olvidado

El 24 de junio se recordó el día de quien trabajó para que se tenga un almuerzo considerable sobre la mesa, quien cuidó del ganado para que se beneficie el sistema digestivo de cada peruano, quien laboró arduamente con la planta de algodón para vestir y abrigar al Perú en este indolente invierno. Justamente en esa fecha han muerto y también terminaron heridos muchos campesinos debido a los conflictos sociales ocurridos en Puno y Huancavelica. Pero, ¿por qué se produce todo ello? Pues, hasta hoy se mantiene una estúpida consigna en los gobernantes (y en gran parte de los capitalinos al pensar que “Lima es el Perú”.

Puno ha protestado ante la posibilidad de que una nueva minera se instale en su región. La hipótesis erigida es que esta empresa traerá contaminación al departamento. Ya existen pruebas de que ello se realizará: actualmente mineras informales degradan el medioambiente de la zona.

Huancavelica alzó su voz de protesta ante la creación de una nueva universidad. Sin embargo, ¿qué problema habría en esto? Lo que aconteció fue que el gobierno tuvo la “genial” idea de crear una casa de estudios tomando la mitad del presupuesto de la actual Universidad Nacional de Huancavelica. Esta falta de tacto ha repercutido en los desmanes que se observan últimamente en los noticieros.

Ante estas problemáticas surgen las reflexiones:

La creación de un día especial por parte del gobierno, se efectúa siempre porque, precisamente, se tenía olvidado a ese alguien o algo ahora rememorado. Por tal motivo es que se crea “El día del campesino”, supuestamente para recordar a aquel quien trabaja arduamente para otorgar el fruto de su cosecha y así la población no se muera de hambre. Todo ello, es soslayado, falso. ¿Por qué, entonces, no existe un “Día del citadino o del capitalino” en contraposición al campesino? Claro, es que el de la ciudad, el urbano, el que vive sin mirar a sus espaldas a esas dos regiones relegadas, tiene la mayoría de beneficios que los astutos gobernantes empozaron en Lima y, por lo tanto, no hay necesidad de crearle un día, pues nunca será olvidado.

¿Por qué el Gobierno siempre tiene que esperar sucesos nefastos para recién actuar? ¿“El Perú avanza”? Alan García ha hecho un lavado de manos frente a los problemas sociales suscitados y esta acción ha sido bendecida por su "Cristo del Pacífico" (“El Cristo de lo robado”) y la mayoría de ingenuos que aprueban su gestión. ¿Acaso no se comenta que el Perú ha crecido económicamente? Entonces, ¿por qué los campesinos no reciben parte de este logro, el cual no se alcanzaba desde la época del guano y el salitre? Si García no quiere asumir estas problemáticas debido al poco tiempo que le queda al mando del país, entonces que se retire de una vez y permita al presidente electo que los resuelva. No por la mezquindad de unos, deben ser perjudicados otros.

Lastimosamente, en este país de las maravillas difícilmente se realizará aquello. La población se tendrá que aferrar otra vez a la esperanza y a la religión para creer obligatoriamente que tal vez mañana se despertará con un país diferente.

miércoles, 15 de junio de 2011

Racimo de patologías - Parte 2

Había relatado que el mal que padecía me era oculto; no obstante, junio, tres años después, me ha otorgado, no sé si para bien, la luz del conocimiento.

Edgar, un amigo muy estimado y quien actualmente se encuentra en los últimos ciclos de Medicina, me comentaba, en una conversación por Facebook acerca de los flagelos en el ser humano, que lo más probable es que se especializaría en Neurología. Durante ese coloquio, le propuse una especie de acertijo: “¿Qué te parece, como quien va practicando para el estudio futuro, si te menciono los síntomas que arrastro desde hace tiempo y me indicas tu diagnóstico?” Él aceptó.

Al otro lado de la pantalla, “el doctor”, como suelo decirle, leía términos que seguramente le eran familiares debido a sus prácticas en diversos nosocomios: dolor de cabeza, mareos, calenturas. Pero, cuando le indiqué lo siguiente, me pareció percibir que lo intrigué sobremanera: “Esta tortura aparece en periodos que yo conozco, es decir, sé cuándo llega, ¡con fecha predeterminada! Me aqueja en el mismo lado, en el izquierdo, muy cerca de la sien, de forma muy intensa como si me hicieran una trepanación craneana sin haberme dado chicha antes de la cirugía y sin intención de cubrirme con placas de plata. No me deja trabajar, la pantalla de la computadora me trastorna y el sector afectado es un hervidero. ¿Qué tengo, doctor?” Pasaron pocos segundos y lo primero que mencionó fue una frase que me hizo recordar al elocuente boticario del texto anterior: “Es grave”. Me quedé en silencio, defraudado, con una nube negra sobre mi cabeza. Sin embargo, al transcurrir unos minutos, continuó: “Estoy casi seguro de saber qué es lo que te afecta…” Cuando escribió esas palabras, un éxtasis inconmensurable embargó todo mi ser: ¡después de tres años sabría por fin cuál era mi padecimiento! Me hallaba tan emocionado, expectante, como el esposo que se encuentra en la sala de espera, caminando, sudando, sufriendo por su amada mujer quien está a punto de dar a luz y de pronto aparece el ginecólogo por la puerta, sonriente, sosegado, y el marido se acerca a preguntarle ansiosamente: “¿Qué fue?”, y este responde: “Varón”; como el hincha de fútbol que vio al árbitro cobrar un penal a favor de su equipo, en el último minuto, empatando 2 a 2, y el delantero fusila al portero y ese monosílabo glorioso surge de lo más hondo de las entrañas para gritarlo en la cara del desgraciado de su amigo, hincha del equipo contrario, quien le dijo para ir al estadio, yo te pongo las entradas, vaum’ para mirar a tu equipucho perder, pa’ que llores con esos limitados, para ver a ese plomazo de defensor, para ver a tu mediocampista cojo, para ver a tu delantero con dos zurdas, para ver a tu arquero que no vuela ni con un troncho, ¡para ver por qué diablos no vine con alguien del mismo equipo! Me encontraba con superlativa atención ante lo que fuera a escribir el doctor, hasta que completó el trascendental enunciado: “Estoy casi seguro de saber qué es lo que te afecta…, pero en este momento no recuerdo el nombre”. Sí, por unos segundos fui Condorito. Me sentía un poco apenado, pero no culpé a Edgar: aún no se especializaba en Neurología y no era su labor conocer la panacea de todas las enfermedades del mundo. En fin. Después de platicar un momento, nos despedimos. Él, como quien da un premio consuelo, concluyó: “Trataré de buscar qué es lo que tienes”. Le agradecí y cerramos la ventana de conversación.

Pasaron unos días y para no recordar aquel frustrante acontecimiento, me concentré en mi trabajo y en los diversos cursos a los que he ingresado. Una noche, al llegar a casa, entré al Facebook. Después de revisar las notificaciones, activé el chat y al instante la ventana de alguien conocido apareció. “Sólo me faltan algunos datos para saberlo: ¿Te duele el mismo ojo en todas las ocasiones?” “Sí”, respondí. “¿Lagrimeas?” “A veces”. “Por último, el dolor, en el lado de la cabeza, ¿es pulsátil o constante?” “Lo último”. “Ya sé lo que es. Tú tienes…”, y tuve la mirada pegada en el monitor y se produjo un espasmo en mi cerebro al leer aquel inolvidable nombre: “Cefalea en racimos”.

El desconcierto se hizo piel y huesos en mi rostro. Inmediatamente me sumergí en la Internet para investigar sobre mi execrable inquilina.
No, no se preocupen por ahora en buscarlo en Google. He aquí un párrafo acerca de lo que tengo:

La cefalea en racimos es un tipo de dolor de cabeza que es considerado como uno de los más intensos que puede sufrir el ser humano en su estado consciente. Aparentemente afecta a un 0,1 % de la población mundial, y proporcionalmente más a los hombres. El ataque de la CR es unilateral (sucede en un único lado de la cabeza). La dolencia suele iniciarse alrededor del sector ocular. Los sufridores lo describen "como un clavo o un cuchillo que apuñala o que perfora" o como si alguien "le intentara arrancar el ojo”. Puede ir acompañado de otros síntomas como el párpado caído, el globo ocular enrojecido, la pupila dilatada, congestión nasal, lagrimeo y/o moqueo en la zona del ataque. El dolor puede irradiarse desde el ojo hacia la frente, el oído, la nuca, la mejilla, el cuello u otras partes de la cabeza. No se sabe a ciencia cierta cuáles son las causas que la generan. La duración de las crisis oscila entre 15 y 180 minutos pero, por contra, pueden presentarse varias veces a lo largo del día (con frecuencia con un horario fijo). La cefalea en racimos aparece bruscamente a una edad que fluctúa entre la adolescencia y la juventud y, a menudo, desaparece del mismo modo cuando el paciente alcanza alrededor de 70 años. Por el gran padecimiento que uno posee, la CR también es llamada “cefalea del suicidio”. Los enfermos son tratados habitualmente con analgésicos u otros fármacos destinados a la migraña común, enfermedad con la que no tiene mucha relación, razón por la cual los procedimientos tienen poco efecto.

Leí sobre el tema por una media hora, ininterrumpidamente. Quedé absorto, petrificado, por un momento sin respiro. Edgar me estuvo hablando desde que mencionó el mal. Le pedí disculpas por la ausencia y a la vez le agradecí por haber resuelto el enigma de mi vida. “Serás un gran doctor”. “Gracias, maestro”, respondió. El momento habrá sido comprensivo, pues, al cabo de unos minutos y con la gentileza que posee mi buen amigo, procedió a retirarse. “Hasta mañana, profe”. “Hasta pronto, doctor”. Cerré todo, apagué la computadora y quedé mirando el botón verde intermitente del encendido. ¡Qué podía pensar! ¡Logré lo que quería! ¡Alcancé mi objetivo! Esa noche fue larga como un lamento. No diferenciaba si llovía dentro o fuera de mi hogar. Todo era extraño, paradójico, desconcertante. Después de un rato, reflexionaba con más calma. Tenía que resurgir. No desfallecer antes de comenzar la batalla. Necesitaba alejar este mal, ir sacándolo paulatinamente de mí, menguar por lo menos un poco esta maldición que me acompañará por muchos años. Es por ello que escribo esto, es por ello que lo plasmo como terapia: sepan, hermanos, lo que hasta hoy llevo conmigo.

jueves, 9 de junio de 2011

Racimo de patologías - Parte 1

Fue en el Instituto, cuando un fortísimo dolor en la cabeza, casi logra que me desmaye. Mis amigos me sostuvieron y me exhortaron a que descanse. ¿Tan intensa era esa punzada en la zona periorbital que por poco me precipita al suelo? Aquel junio del 2008 conocí una más de mis patologías que hasta hoy me acompaña en cada solsticio de mi vida.

La molestia dejó de ser un simple dolor de cabeza. El Panadol no sirvió de mucho cuando observé que tres de estos al día no surtían efecto. En otro momento, un farmacéutico me recomendó Tonopán. Pensé que con ello sería el fin de mi malestar, pero el llegar a tomar dos ejemplares en una sola mañana, me reveló todo lo contrario y, peor aún, cuando otro boticario abrió sorprendido los ojos como faroles después de haberle comentado que ya tenía un par a mi cuenta. “Es grave”, dijo.

En julio fue la primera vez que visité el Hospital Loayza. Al llegar, pensé que me encontraba en un manicomio y mi cavilación estaba por confirmarse al ver el aspecto del neurólogo que me atendió; sin embargo, esta idea se desvaneció cuando escribió los nombres de los medicamentos y los exámenes a los que me debía someter, pues vi su “legibilísima” letra y constaté que no era una desquiciado: realmente era un doctor.

Ansiolíticos, electroencefalograma, tomografía: fueron los nuevos términos que adopté desde ese momento. De los primeros, recuerdo que los ingería en las mañanas y en las noches: sí que me hacían dormir (mi profesora y su hora de Gramática lo pueden constatar). Del segundo, me queda un chupón pegado en la frente (no, es mentira), rememoro que si sobaba frenéticamente mi mollera, obtenía en mis manos, cual héroe animado, una ligera carga eléctrica (esto sí es verdad) con la que hubiera deseado fulminar a muchos comechados políticos. Y, sobre la tercera, traigo a mi mente que tuve que beber un líquido de color sobrenatural antes de realizar el examen (pregunten a un médico y sabrán que no miento), me acostaron en una camilla, me introdujeron en una cámara y supe que varios doctores se empecinaban en ver por una pantalla mi adolorida cabeza. Me sentía un X-men, un intraterrestre, una convergencia de experimentos que me conllevarían a catalogarme como una extraña creación, pero volví a mi realidad, cuando después de un mes el mismo neurólogo, con toda la simpleza del mundo (difícil de creer en él al observar en su cabellera una apología a Einsten) me dijo: “Hijo, no tienes nada; descansa nomás”.

Realmente me parecía raro que después de observar, con supuesto ojo clínico, mi cerebro plasmado en varias radiografías, el galeno me dijera que mi cabeza era un Edén. A pesar de ello, sin saber qué preguntar, me retiré insatisfecho a mi morada.

Han pasado tres años y hasta hace un mes me preguntaba por qué este “simple dolor de cabeza” se repetía religiosamente todos los mediados de junio y los finales de diciembre. ¿Qué era lo que en realidad padecía? Ya tengo a mi favor dos malestares que viven conmigo: mi incondicional bronquitis y la nada agobiante asma. Pero esta, ¿qué era? ¿Qué atormentaba mi existencia, trastocaba mi sosiego, deslucía mi paciencia, se iba y volvía, a su tiempo antojadizo, como dueño de mi cuerpo y se paseaba en mi cabeza como Pedro por su casa; hacía y deshacía, tenía las llaves de mi reino encefálico: todo lo que ate en mis venas será manifestado en mis gestos, y todo lo que desate en mis lagrimales será secado por el pañuelo; obstruía la sinapsis, consternaba mi firmeza, sustraía el oxígeno, perforaba mi azotea? No lo sabía.

Sin embargo, recién en este 2011 pude finalmente descubrir lo que tengo.

(…)