Hace quince años arribó al distrito de Huaros, ubicado a 15km de la provincia limeña de Canta, el sacerdote español Carlos Mendoza (50) con la misión de propalar la doctrina católica a los nuevos feligreses y cumplir lo que su maestro pregonó hace casi dos mil años: “Amaos los unos a los otros así como yo os he amado”.
Desde el primer día de su llegada, el sacerdote franciscano provocó la curiosidad de los lugareños, pues desde hace mucho tiempo un extranjero no tomaba las riendas de la parroquia. Con el pasar de los años, el padre Carlos, como lo llamaban en Huaros, obtuvo la confianza de los pobladores, y así, forjaron diversas actividades en el distrito.
Una de ellas fue la venta de panes. Los campesinos, junto con el clérigo, se levantaban muy temprano a preparar los productos. A las cinco de la mañana, salían a repartir los deliciosos bollos a precios asequibles para el pueblo. Estos alimentos eran llevados en unas preciosas alforjas confeccionadas por los artesanos del lugar. Los niños avistaban desde sus rústicos hogares al padre Carlos, quien montado en un simpático burro llamado Carmelito, tocaba la campana (la misma que utilizaba en las misas) anunciando la llegada del pan de cada día. Los pequeños, antes de tomar el pábulo calientito, abrazaban efusivamente al querido sacerdote y este les devolvía el afecto dándoles la bendición.
Con el dinero obtenido, el padre y los feligreses reparaban la iglesia, la cual, con el pasar de los años, fue creciendo maravillosamente convirtiéndose en orgullo del pueblo. Lo restante servía para dar de comer a los niños y también para la adquisición de útiles diversos con el fin de incentivar la lectura en ellos.
Hace unas semanas llegó una carta a la parroquia de Huaros. El obispo comunicaba al sacerdote Carlos Mendoza que debía trasladarse de jurisdicción, ya que había cumplido satisfactoriamente y, por una cantidad considerable de tiempo, la labor de propagar fielmente el mensaje de Dios en la comunidad encomendada. Esto se debía realizar a los quince días después de recibido el mensaje. Fue un golpe a su corazón. El padre no pudo contener las lágrimas después de leer la nefasta misiva. En unos pocos minutos venían a su mente las imágenes vividas en ese pequeño pueblo que lo acogió con tanto cariño. Los matrimonios comunales, los bautizos y las navidades se diluyeron en un río de tristeza haciendo que, finalmente, tomara una penosa decisión: se iría sin mencionar palabra alguna a los fieles del lugar.
Poco tiempo antes del día establecido para su salida, el acólito de la parroquia, quien había sido desde pequeño uno de los más agradecidos con el sacerdote, encontró en los cajones de la sacristía la carta enviada por el obispo. Con presteza y exaltación fue a buscar a los dirigentes del distrito para dar a conocer el mensaje. Estos reunieron a la población y fueron a pedirle una explicación al padre. El franciscano, con mucho pesar, admitió su inevitable partida, ya que, era un mandato del arzobispado. Ante ello, los comuneros se encontraban desconcertados y a la vez apenados pues sabían que en el ámbito eclesial se debía cumplir la orden de los que tienen una mayor jerarquía. Sin embargo, las mujeres azuzaron el ánimo de los pobladores, alegando que un obispo que no conoce la realidad del lugar y que nunca los había visitado no puede ordenar desde su asiento lo que es beneficioso para el pueblo. Entonces decidieron realizar una marcha al arzobispado exigiendo la permanencia del padre Carlos. Las protestas no se hicieron esperar en las puertas de la catedral. El obispo observaba asombrado las plegarias de los habitantes de Huaros, las vigilias con rezos continuos, la organización para dar relevo en los reclamos y las innumerables pancartas que solicitaban el cambio de decisión del arzobispo. Cautivado por el inmenso afecto que manifestaban los pobladores hacia el sacerdote, no tuvo más opción que revocar su edicto. Él mismo, totalmente conmovido, salió frente a los campesinos solicitando su perdón, pues no había comprendido la labor magnífica que había realizado el padre Carlos. Así, con gritos de júbilo, los habitantes volvieron al pueblo llevando la noticia a su querido sacerdote. Este, hecho un río de lágrimas, agradeció profundamente lo realizado por ellos. Días después, la carta del obispo confirmó la permanencia del presbítero Carlos Mendoza en la comunidad de Huaros.
Ver noticia ficticia en: http://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-gabriel-landeo-palomino/noticia-ficticia-pobladores-de-huaros-impiden-traslado-de-sacerdote/190424357661851
"Pobladores de Huaros impiden traslado de sacerdote"
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